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LA ACTUAL CRISIS NO SERÁ LA ÚLTIMA

La situación económico-social en España, cada vez se va pareciendo más a un artefacto explosivo en manos de un Gobierno que no acierta ante tanta acumulación de situaciones complejas, así como otras de carácter imperativo ocasionadas por la Guerra.

Estamos de acuerdo en que la situación geopolítica europea debido a la Pandemia durante más de dos años, y la Guerra ruso-ucraniana con la crisis energética a sus espaldas, han prodigado “demasiadas hemorragias a la vez”.

Afectan a nuestro País en estos momentos: una serie de acontecimientos: huelgas; desabastecimientos; costes energéticos; inflación galopante; población desmotivada, etc. que hacen sentir a la mayoría de los ciudadanos como chalupa atravesando el Cabo de Hornos en pleno temporal.

Igualmente, escuchar en supermercados modestos conversaciones entre parroquianas relativas a lo reducido de productos adquiridos motivado por la escasez de recursos económicos y la escalada impenitente de precios.

Una España, frágil, limitada, contraída y estructuralmente famélica, que, como veterano jurista, ya vamos quedando pocos de nuestra generación, no recuerda desde 1975, haberla observado en esta situación, habiendo asistido desde entonces a todas las evoluciones económico-políticas de este País.

Evidentemente, el conflicto bélico es responsable de la mayor parte de lo que viene ocurriendo, pero sin olvidar, los sucesivos indicadores económicos comentados periódicamente en este Medio nos vienen avisando de la gravedad en UVI de la enferma España.

Tenemos muchos conflictos sumatorios para resolver a la vez, suponiendo amarguras para la mayoría de los colectivos vulnerables dependientes de un salario mínimo; pensionistas; desempleados, o jóvenes apáticos por la falta de motivación.

Significar que, a la vista de panorámica contemplada durante este tiempo, la actual crisis no será la última y probablemente como suele suceder cíclicamente, nos volverán a acompañar situaciones que han provocado tanto el actual colapso, como la diáspora inflacionista.

Por ejemplo, la falta de suministro actualmente conocida es similar a las que se enfrentó el Mundo, motivadas por la Guerra del YOM KIPPUR o GUERRA DEL RAMADÁN en 1973 y siguientes.

En aquella ocasión iniciada por Egipto y Siria contra Israel, y finalmente traducida a un bloqueo del petróleo a Occidente por parte de los países árabes, a través de restricciones, carestía y escasez del líquido elemento destinado a la circulación de vehículos

Durante esos tiempos, un servidor residía en Libia, a no mucha distancia de la frontera con Egipto y el exacerbado panarabismo del entonces coronel Gaddafi; con lo cual las noticias llegaban con relativa celeridad, pero nunca nos vimos afectados por la escasez del petróleo.

No ocurría igual en E.E.U.U y EUROPA, obligados sus conductores a utilizar sus vehículos en días pares o impares, y a tenor del número final de sus matrículas; límites de velocidad, o inclusive medidas más severas como en Holanda.

Continuando con las crisis, también en la década de los 70/80, afectó en gran medida al Reino Unido, alcanzando petróleo; electricidad y gas natural, máximos históricos, reduciéndose la semana laboral a tres días, con el problema añadido de la crisis del carbón.

Poco después de mi estancia en Libia, me tocó vivir en 1979, en primera línea de Teherán, la caída del Sha de Persia, y la llegada de un nuevo régimen significando que en menos de un año, el precio del crudo se multiplicaba por tres.

En la presente ocasión, cambia el proveedor, se añade el gas, y además de la asfixia por los precios, se añade falta de suministro coincidiendo en época invernal, pero subyaciendo otro tipo de elemento extorsionador más grave para Occidente: el expansionismo ruso.

En cuanto a la diáspora inflacionista, probablemente merodeemos a corto plazo el 10%, atenuándose levemente con las medidas gubernamentales de subvención de céntimos; más las propias de usuarios de limitar desplazamientos, y la clásica receta economicista de suprimir la compra de determinados productos y la adquisición paralela de bienes sustitutivos más asequibles.

Conviene recordar nuestras experiencias inflacionistas no tan lejanas, que incidieron en la España que se abría en los 1970-1980, y además crecía rápidamente.

España, de forma equivoca, intentó esquivar la crisis internacional del petróleo, asumiendo los agónicos gobiernos del anterior Jefe de Estado, el no repercutir al consumidor una parte importante de sus ingresos vía impuestos, con lo cual evitaba que el alza del petróleo implicara subida de precios hacia los derivados del petróleo que junto a la ausencia de limitaciones o restricciones, supusieron una contracción inmediata de nuestra economía.

Hemos sido testigos desde 1975, de los avatares político-económicos de este País, pero con una pequeña gran diferencia, en aquel entonces y años sucesivos el colectivo español asumió con admirables propósitos la misión de transición que se le encomendaba y durante años, aún con ese inocente espíritu de ignorancia política que atesorábamos, asumió con entereza lo sucedido, pues se ansiaba superar el estigma soportado.

Para finalizar, indicar bajo nuestro punto de vista, que España siempre ha tenido sus características intrínsecas basadas en mayoría de gobiernos débiles y administraciones cómodas, ambos, sujetos a diversidad de halagos, no siempre apropiados, y sin espíritus regeneracionistas.

Hemos convivido con inflaciones en dicha época desde el 11,37% al 24,44%, y menos mal que llegó la U.E en 1986, y se acabó recurrir a la devaluación de la peseta. También, convivencias con “ninguneos”, propios, de quienes han perdido confianza y de aquellos que nos tachan de país subsidiado.

 

Jesús Antonio Rodríguez Morilla

Doctor en Derecho

 

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